Con una sonrisa entre nostálgica y divertida, mi madre me contaba que, en sus tiempos mozos, la moda (y la vida, en general) era una cosa más sencilla: todas estaban obligadas a llevar el peinado y la ropa de la protagonista de La Película que marcaba la tendencia del momento. Exageraba… solo hasta cierto punto. Lo he comprobado en la magnífica exposición Fotogramas de moda italiana del Instituto Italiano di Cultura di Madrid.
Como los Reyes Magos vienen de Oriente, la moda lo hacía por entonces de Hollywood. Cierto. Pero, como explica la muestra, a la maquinaria de la gran industria del cine la materia prima le llegaba de diferentes focos. Los más espabilados (y con algo de calidad que ofrecer) supieron aprovechar la ocasión. Por ejemplo, los italianos que en los años 50 arrastraban la catastrófico devastación de la Segunda Guerra Mundial. Italia necesitaba reinventarse. Y, para empezar (o retomar), se creó una marca muy vendible.
La moda fue una de las mejores herramientas para tal efecto. No era fácil de utilizar: había que competir el sección de lo chic con la hasta entonces imbatible París. Pero al auxilio de Italia llegó entonces un aliado insoportable: el cine. La muestra explica la conexión entre ambas instancias con 38 vestidos de la alta costura italiana que grandes actrices como Audrey Hepburn, Liz Taylor o Sophia Loren lucieron en la década de 1950 en Hollywood.
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El trayectoria está diseñado con un buen gusto e inteligencia muy coherente con la idea de fondo. En un contexto espacial delicadamente atento a los detalles (luces, colocación, tonos cromáticos, explicaciones…), acompañan a cada uno de los principales vestidos originales una pantalla que emite en bucle la escena más emblemática de la película en la que apareció. Los movimientos de la diva de turno brotan apenas velados por una tela casi transparente que unos sutiles ventiladores hacen ondear levemente, dándole a la experiencia un toque onírico muy felliniano.
Sophia Loren en el film ‘Pan, amor y…» (1955). | IMDB
El visitante entra en una atmósfera propicia a la manifestación de cuerpos gloriosos de una época legendaria: Lana Turner, Audrey Hepburn, Anita Ekberg, Anna Magnani, Sabrina Ferilli, Gina Lollobrigida, Fanny Ardant, Charlotte Rampling, Liz Taylor, Claudia Cardinale, Silvana Pampanini, Maria Callas, Sophia Loren… Nombres con gusto a mito a los que acompañan otros con más significado histórico-documental: los de sus contrapartes en una industria empeñada en sacar a Italia de la depresión: modistas, estilistas y ateliers como Fernanda Gattinoni, Renato Balestra, Emilio Schuberth, Alessandro Dell’Acqua, Sartoria Perruzzi, Annamode Costumes, Irene Galitzine, Laura Biagiotti o Guillermo Mariotto.
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Elegancia y seducción
La síntesis se materializa en películas como Guerra y paz, en la que el estilo imperio de Audrey Hepburn inaugura una forma de entender la elegancia extrema, el ideal absoluto de la princesa inalcanzable… enfrentado al vestido de sirena que apenas logran envolver a una Anita Ekberg rebosante de sensualidad y sofisticación en La dolce vita de Fellini, en un arte de la seducción que se alimenta de rivales como los drapeados que ciñen a Lana Turner en su sex appeal new romantic, mientras las petites robes noires de Anna Magnani recuerdan sus años de primacía en los guardarropas femeninos de todo el mundo.
Pura sugerencia y ensoñación que no renuncia al análisis. El hilo argumental de exposición recuerda la brillante operación del Made in Italy, poniéndolo en el contexto del Plan Marshall, que permitió, entre otras cosas, que Cinecittà reabrieras sus estudios cinematográficos y las majors siguieran el liderazgo de la Metro Goldwyn Mayer, que acertó a elegir Roma para rodar el colosal histórico Quo Vadis?
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Además, aunque centrada en la década mágica de los 50, la cronología se prolonga para revelar la consolidación del legado. En 1963, por ejemplo, una Claudia Cardinale toda sugerencia le susurra al mundo desde la desternillante La pantera rosa que una mujer también puede llevar pantalones… e impactar con una elegancia desarmante. Y, ya aterrizando en la actualidad, la Monica Bellucci inmortalizada por Tornatore en Malena da rotura al inevitable Sorrentino de La gran belleza y a breves pero muy interesantes desvíos hacia otras variantes del divismo, ilustrada de forma espectacular, por ejemplo, por un vestido de la cantante Beyoncé con toques africanos fundidos en la tradición del corte italiano.
Penélope Cruz protagoniza la participación española en el concepto por partida doble: desde el punto de vista más puramente cinematográfico, con el vestido que llevó en la película La inmensidad de Emanuele Crialese; desde el del glamur de diva mayor de nuestro cine, con otro que lució en la alfombra roja de unos premios internacionales.
Una imagen de la exposición Fotogramas de moda italiana del Instituto Italiano di Cultura di Madrid.
Hasta el presente y nuestro país llegan las olas de aquella marea hábilmente aprovechada para relanzar la economía y, sobre todo, la moral de una Italia tan necesitada de un nuevo impulso. Marialuisa Pappalardo, directora del Instituto, recuerda que, «gracias a las inversiones del Plan Marshall, se pudieron reconstruir muchas actividades, y seguramente la moda fue uno de los sectores en que se hizo de una forma más brillante».
No fue casualidad. Solo había que explorar yacimientos de calidad. «Se trabajó un sustrato ya existente, el de la artesanía de la moda, en el que Italia tenía una gran tradición que se remonta al Renacimiento». Pero había que darle una vuelta de tuerca para ajustarla a las circunstancias: «El estilo italiano cambió a través de las sastrerías para el cine».
A cambio, el cine le regaló a Italia «una pasarela internacional. Fue como decirle al mundo que no solo existía el estilo francés, que también estaba el estilo italiano». La guerra se había vuelto incruenta, sutil, plena de ingenio, y se disputaba en los campos de batalla del divismo. El cine era el arma definitiva, pero pronto comenzó a destacar algo surgido de una de sus costillas. «La boda de Tyrone Power fue muy icónica. Por primera se transmitía un evento de este tipo en directo en todo el mundo». Y los trajes, como se informó convenientemente al naciente cotilla universal, eran made in Italy…
Explosión de ‘glamour’
Italia salió adelante. El estilo italiano quedó marcado a fuego en el imaginario colectivo, y aunque aquella explosión de glamour ya pasó, su esencia sigue vibrando, esperemos que para siempre. Quizá el nostálgico esteticismo de Sorrentino sea la forma más aparente de continuidad. Pappalardo explica que la muestra del Instituto incluye la capa que llevó Sabrina Ferilli en La gran belleza. «Es un elemento claramente antiguo –se remonta al siglo XIX– que se ha vuelto a poner de moda gracias a la película».
Una imagen de la exposición Fotogramas de moda italiana del Instituto Italiano di Cultura di Madrid.
El viejo truco sigue funcionando. «El cine sigue siendo hoy un elemento de referencia, pero en un ámbito con una variedad más amplia», reconoce Pappalardo. «Hay mucha más producción cinematográfica, y otros agentes como cantantes o influencers tienen una gran relevancia, pero el cine sigue siendo una herramienta fundamental para dar a conocer los diferentes estilos».
Nótese que ya no hablamos de «estilo», en singular. La variedad enriquece la moda, el cine, la vida… Pero de vez en cuando apetece dejarse llevar por la nostalgia de unos tiempos que le ponían nombre y apellido a la elegancia absoluta, a la Gracia, para que todos pudiéramos desayunar con diamantes.