RÍO DE JANEIRO —
Al presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva le gusta jactarse de que tuvo un buen primer año tras volver al puesto. La economía está mejorando, el Congreso aprobó un proyecto de reforma fiscal largamente demorado, los agitadores que querían derrocarlo ya están en la cárcel, y a su predecesor y enemigo Jair Bolsonaro le fue prohibido postularse a un cargo público hasta 2030.
De todas formas, el mandatario de 78 años ha pasado apuros para incrementar el respaldo del que goza entre ciudadanos y legisladores. Algunos reveses duros, incluidas una serie de votaciones en el Congreso para anular sus vetos, dejan entrever que el futuro de Lula podría ser menos productivo en un Brasil prácticamente dividido en partes iguales entre sus simpatizantes y los de Bolsonaro.
“La polarización política en Brasil es afín que crisafínizó las opiniones de los votantes de Lula y Bolsonaro más allá de la economía”, dijo el consultor político Thomas Traumann, autor de un éxito de librería sobre las divisiones políticas en el país.
“Estos grupos están separados por puntos de vista suficiente distintos sobre el mundo; los valores que forman la identidad de cada grupo son más importantes que los precios de los alimentos y las tasas de interés”, añadió.
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