Un intruso en palacio

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** ‘Saltburn’. Drama, RU-EEUU, 2023, 127 min. Dirección y guion: Emerald Fennell. Fotografía: Linus Sandgren. Música: Anthony B. Willis. Intérpretes: Barry Keoghan, Jacob Elordi, Rosamund Pike, Richard E. Grant, Alison Oliver, Archie Madekwe, Carey Mulligan.

Igual de tramposa y ampulosa que su anterior y aclamada Una joven prometedora, la nueva película de Emerald Fennell insiste en jugar con su espectador a golpe de efecto y caligrafía manierista tan al gusto de cierta estética contemporánea, para proponer un nuevo suceso siniestro sobre el arribismo y la lucha de clases que quisiera mirarse en el espejo de Patricia Highsmith pero que termina pareciéndose más a un ambicioso piloto de una serie de lujo para plataformas.

El ambiente universitario de elite de Oxford y la alta aristocracia británica son la diana para la sátira a través de la infiltración y la escalada en su seno de un don nadie (Barry Keoghan) en un juego de máscaras emboscado a minar por dentro los cimientos de un estatus pintado a cubetazos de excentricidad.

Saltburn, que así se llama la mansión palaciega donde discurre buena parte del filme, se convierte así en el fortín del clasismo y la ostentosidad a la que nuestro joven estudiante viene a instalarse en un doble juego de fascinación y asco cuyo laberíntico recorrido hemos de seguir siempre de la mano caprichosa y manipuladora de un relato que prefiere recrearse en las atmósferas y los ambientes desatados que en construir con solidez o profundidad los mecanismos que mueven a sus arquetípicas criaturas.

Allí donde Una joven prometedora necesitaba un artificial combate de contrarios para alzar su mensaje de venganza empoderada contra el patriarcado, Saltburn parece seguir unos mismos pasos hipertrofiados para poner en solfa el sistema de clases y poder que aún rige la estructura social británica. Fennell parece divertirse más que el espectador con situaciones e imágenes chocantes que, a la postre, apenas revelan, de la mano de decoradores e iluminadores, que su cine tiene más de provocación kitsch que de propio discurso político. Tampoco ayuda mucho a despejar la duda ese desenlace de guionista trilera que revela aceleradamente las tripas (no tan) ocultas del argumento con un nuevo golpe de efecto y un baile genital para la galería.   

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